La atribución de bondades terapéuticas a determinadas aguas que brotaban del subsuelo es un fenómeno que comienza en la Prehistoria, periodo en el que se atribuye un origen divino o sobrenatural a estas aguas. Ejemplo de ello son los monumentos megalíticos, como dólmenes y petroglifos, que hoy en día se conservan en lugares próximos a determinados manantiales termales.
En la Edad Antigua se produce una época de esplendor bajo la dominación romana, origen de gran cantidad de balnearios, muchos de los cuales se encuentran activos. Un ejemplo de manantiales termales de esta época son “Las Burgas de Ourense”: conjunto de 3 fuentes públicas cuyas aguas de más de 60º C hizo que en la época cristiana se las relacionara con el infierno. Antes de la dominación romana el entorno era considerado lugar sagrado y el origen de sus aguas se asociaba a “Revve Anabaraego”, deidad acuática prerromana.
Al comienzo de la Edad Media el uso de estas aguas experimenta cierto retroceso aunque su utilidad se mantiene en algunas órdenes religioso-militares como la de los Caballeros de Santiago y la de San Juan, que las utilizaron para la cura de sus heridas. En el territorio de dominación árabe, al sur de España, se edifican nuevos balnearios.
En la Edad Moderna renace el uso de estas aguas y el interés de su estudio desde el punto de vista científico. En las Islas Canarias (Isla de La Palma) merece ser citada La Fuente Santa, descubierta y utilizada por sus primeros pobladores. La conquista de La Palma por parte de la Corona de Castilla permitió que su fama se extendiera, por lo que ya en el Siglo XVII es visitada por enfermos que procedían de distintos lugares de Europa y América. Sus aguas incluso se exportaban al nuevo mundo en barriles para el alivio de enfermedades como la lepra, la gota y la sífilis. En 1677 una colada del volcán San Antonio sepultó la fuente bajo ríos de lava y durante más de trescientos años se intentó localizar el manantial, sin éxito hasta comienzos del Siglo XXI, cuando se ha localizado mediante la excavación de una galería.
Durante la Edad Contemporánea estas aguas vuelven a gozar de cierta popularidad y resurgen los balnearios, exceptuando el paréntesis en su actividad que supuso la guerra civil española y la posguerra. Desde finales del Siglo XX se han remodelado algunos de los existentes y se han abierto al público nuevos establecimientos, que hoy en día combinan su carácter medicinal con una oferta de ocio enfocada al turismo. En las últimas décadas del Siglo XX cabe destacar la aparición en el mercado de las aguas de bebida envasada, que en España son mayoritariamente aguas minerales: agua mineral natural y en menor medida agua de manantial. Anteriormente ya existían las aguas minerales envasadas pero su uso era minoritario ya que se trataba de aguas minero-medicinales, restringidas a un uso terapéutico.
A lo largo del presente recorrido histórico se ha pretendido mostrar una pincelada de la relación entre las aguas minerales y la sociedad desde el comienzo de la civilización hasta nuestros días. En pocos lugares esta relación está tan presente en la vida de sus habitantes como en la Villa Termal de Lanjarón (Granada), cuyos ciudadanos se encuentran entre los más longevos de todo el planeta y cuentan que sus aguas son “el agua de la vida, de la salud y de la eterna juventud”, similares a aquellas que buscara de forma infructuosa allá por 1513 el explorador y conquistador español en Florida, Don Ponce de León.
Así pues, tal como diría Hipócrates: “El médico cura, solo la naturaleza sana”.